martes, 23 de agosto de 2016

Dirty dancing, moda y cine en una ecuación perfecta



La moda ha encontrado en el cine a su mejor aliado, de hecho, la primera se ha valido de este como un medio para difundir y dar a conocer a una inmensa mayoría estilismos que se adaptaban a una época o una realidad a veces lejana, pero no por eso menos apetecible y atractiva para el espectador, que desde su butaca tenía la posibilidad de aproximarse a una nueva visión de un mundo que ya no parecía tan aislado de su propia realidad.

Desde las primeras décadas del siglo XX, las películas han constituido un recurso valioso para las mujeres, quienes se han valido de la gran pantalla para construir, crear y reinventar sus vestidos y dar vida a sus armarios inspiradas en las diosas y heroínas glamurosas de las películas como las flappers, las vampiresas, las femme fatales o las chicas buenas y bonitas, entre otras, que han cumplido su rol como un aspiracional a imitar y seguir.

Uno de estos casos es el de la película Dirty Dancing, sino mi favorita, si puedo decir que es una de las que más me gustan y que por motivos personales ha dejado una huella muy grande en mi corazón. Considerada un clásico de los años 80, se estrenó el 21 de agosto de 1987 (29 años), aunque su temática está basada en la vida y costumbre de los años 60, una época donde las confrontaciones sociales, las protestas ciudadanas, la carrera espacial y la emancipación de la juventud manifiesta en una nueva manera de ver la vida a través de la música y el vestir eran comunes.

Dirty Dancing cuenta la historia de amor de Johnny Castle (Patric Sweazy) y Baby Houseman (Jennifer Grey). Él: pobre y profesor de baile, ella: adinerada y niña bien; se conocen en el verano de 1963 y de este encuentro, como es de esperarse, surge un amor que desafía los estereotipos de una sociedad conservadora y tradicionalista, cuyo hilo conductor es el baile al son de los ritmos cadenciosos de la década.

En cuanto al vestuario, Dirty Dancing, trajo a los años 80 una versión de la moda de los 60, gracias a la vestuarista Hilary Rosenfeld, quien en las primeras imágenes de la película muestra a una Baby con aire ingenuo y casi infantil donde los vestidos, faldas y suéteres en colores suaves y pálidos son el reflejo de su inocencia y que con el paso del tiempo, se van volviendo más sexis, hasta llegar a la escena final de la película donde se muestra a una mujer empoderada de su vida, luciendo un vestido rosa pálido, con vuelo y escote profundo.

Por su parte Johnny, es el renegado, el hombre peligroso, guapo, guapísimo, el que no conviene, pero del que es imposible no enamorarse, cuando aparece vestido de negro con sus pantalones ajustados, chaqueta de cuero y camisas que dejan ver unos músculos bien trabajados, todo un deleite visual que desata pasiones y rompe corazones. Típico estereotipo de las figuras masculinas que el cine nos ha mostrado durante años.

Y como era de esperar esta estética traspasó la pantalla. En el 87, año de estreno de la película, no se hicieron esperar las representaciones femeninas de “Baby” con sus shorts cortos, tenis blancos, camisas esqueletos, pantalones de jean ajustados sobre la rodilla y que paradójicamente cobraron vigencia en 2012, cuando llegó a sus 25 años.

Sin duda alguna Dirty Dancing es una de las cintas románticas más emblemáticas de todos los tiempos, admirada, amada y seguida por personas de distintas generaciones, que aún hoy en día la siguen viendo mientras tararean: “The time of my life”, su tema oficial y mi canción favorita.

Entre sus fanáticos están Nataly Portman o a Katte Middleton, cuya fiesta de compromiso se basó en esta cinta, eso sin contar con las series o películas que han hecho referencia a su tema musical como la comedia romántica: “Crazy Stupid Love”, donde Ryan Goslip usaba la canción para sus conquistas ocasionales o la escena en: “Le Arnacoeur”, donde Vanessa Paradise baila al ritmo de The time of my life una coreografía no tan perfecta, pero no menos atractiva de observar.

Dirty Dancing, es pues un ejemplo de cómo la moda y el cine forman, en ocasiones, un binomio que basado en la fantasía permite crear nuevas percepciones que se adaptan a nuestra realidad y que se traducen en estilos, usos, formas de vestir o estereotipos que se van metiendo para quedarse en nuestra vida como punto de referencia y que nos permiten identificarnos como grupo en nuestra sociedad.