domingo, 18 de septiembre de 2016

Espejos: más que reflejos

En la cartera o en la habitación compañeros incondicionales. Odiados y amados, necesitados y en ocasiones ignorados, los espejos son parte fundamental de nuestra vida; nos acompañan, elogian y adulan, aunque en ocasiones prefiramos desdeñarlos o desecharlos, los espejos fueron, son y serán un artilugio fundamental para el acicale femenino y para los rituales de aseo y engalane masculino.

Compinches inseparables de nuestras costumbres más íntimas, están presentes en nuestras habitaciones a partir del siglo XVI, aunque han acompañado al hombre desde tiempos ancestrales como lo confirman hallazgos de antiguos fragmentos de estos en Turquía; también fueron utilizados por egipcios, griegos y romanos quienes los fabricaban con aleaciones de metales preciosos.

Su esplendor está ligado al surgimiento de la industria del espejo en Venecia, cuando a partir siglo XV los vidrieros de murano los fabricaban con lujo y ostentación, tanto que se convirtieron en fuente de riquezas y sustento económico, así como en objeto de codicia para los franceses, razón por la que Jean Baptiste Colbert, ministro del rey Luis XVI, realizó una campaña que buscaba quitar del camino a los venecianos para hacerse con su monopolio.

Mientras tanto, en Venecia no se escatimaron los esfuerzos para conservar el secreto de su producción y se impuso un monopolio que prohibía a los obreros de las fábricas de cristales salir de la ciudad bajo pena de traición y sus consecuencias eran la cárcel, la expropiación de bienes y la muerte de familiares o amigos.

Prueba del esplendor de los espejos como elementos de ornamento y decoración fue la construcción de la Galería de los Espejos en el Palacio de Versalles por el arquitecto Jules Hardouin Mansart (1678-1684), que con 357 espejos, fue el escenario de eventos relevantes durante el reinado de Luis XIV, como el matrimonio de María Antonieta o posteriormente, la firma del Tratado de Versalles con el que se dio fin a la Primera Guerra Mundial.

El espejo como lo conocemos actualmente, debe sus orígenes al químico alemán Justus Von Liebig, a quien en 1835 se le ocurrió ponerle una placa de plata a un vidrio y el resultado: una superficie que refleja imágenes y formas que nos muestran cómo nos vemos, quiénes somos y cómo queremos ser percibidos.

Popularizados a finales del siglo XIX, se empezaron a ver de manera masiva, hasta el punto que, en Europa y Estados Unidos, había al menos uno en cada hogar y también tuvieron un lugar especial en las vitrinas de las tiendas de departamentos donde los maniquíes bajo grandes reflectores exhibían regias indumentarias para el deseo y capricho de los transeúntes.

Pero su lugar preferido ha sido las habitaciones de las mujeres como cómplices y compañeros de sus más íntimos rituales de belleza pues era allí, frente a un tocador, donde se aplicaban las cremas y carmines que daban vida al maquillaje con pestañas encrespadas y labios rojos inspirados en las revistas femeninas y la ayuda de los productos de belleza como los de Helena Rubestein o Elizabeth Arden y muchos otros con vigencia hoy en día. Para la muestra, el coro de esta canción del grupo español Mecano que en los 80 describe así el proceso de maquillaje:
Sombra aquí sombra allá, maquíllate, maquíllate
Un espejo de cristal y mírate y mírate
Sombra aquí sombra allá, maquíllate, maquíllate
Un espejo de cristal y mírate y mírate...


Pero los hombres no han sido esquivos a la fascinación de los espejos. Mientras las mujeres han tenido una aproximación más reservada, ellos lo hacían a través de la visita al barbero para afeitarse, lavar la cabeza, cortar el pelo, y dar forma al bigote, la barba o las cejas y engominar el pelo, rutinas que con el paso del tiempo se hicieron más íntimas y personales con la llegada de las máquinas de afeitar desechables.

La literatura también se ha dejado seducir por este artefacto: Narciso murió extasiado viendo su reflejo, mientras que Perseo cortó la cabeza de Medusa gracias al espejo que le dio Atenea. Jorge Luis Borges los menciona en su libro el Aleph, así como Bram Stocker cuando describe al Conde Drácula: “No proyecta sombra, ni reflejo en los espejos”, y más recientemente en la saga de Harry Potter el espejo doble de Oesed muestra “los más profundos y desesperados deseos de nuestro corazón” y ni hablar de la malvada madrastra de Blanca Nieves, que lo consultaba para asegurarse de ser siempre la mujer más bella del reino.



Pero los espejos también tienen su lado negativo, alrededor de su reflejo han surgido leyendas y mitos ligados a la magia, la adivinación y lo oculto. En la edad antigua eran usados como medios para predecir el futuro y son considerados portales de energía que comunican con otros reinos espirituales y dimensionales a través de los cuales acceden espíritus, como ocurre con la leyenda de Bloody Mery según la cual si se menciona este nombre 100 veces frente a un espejo iluminado con una vela el reflejo de la misma Mery aparecerá para aterrorizar a quien la invoque.

No cabe duda que los espejos hacen parte fundamental de nuestra rutina, son uno de esos objetos cotidianos que nos acompañan y prestan un servicio pero a los cuales nunca les damos la atención necesaria porque están allí para nuestra comodidad, pero a través de su utilidad tienen una historia que contarnos. Por eso la próxima vez que se ponga en frente a uno de ellos recuerdo que son más que un simple reflejo.