En la cartera o en la habitación compañeros incondicionales. Odiados y amados, necesitados y en ocasiones
ignorados, los espejos son parte fundamental de nuestra vida; nos acompañan,
elogian y adulan, aunque en ocasiones prefiramos desdeñarlos o desecharlos, los
espejos fueron, son y serán un artilugio fundamental para el acicale femenino y
para los rituales de aseo y engalane masculino.
Compinches inseparables de
nuestras costumbres más íntimas, están presentes en nuestras habitaciones a
partir del siglo XVI, aunque han acompañado al hombre desde tiempos ancestrales
como lo confirman hallazgos de antiguos fragmentos de estos en Turquía; también
fueron utilizados por egipcios, griegos y romanos quienes los
fabricaban con aleaciones de metales preciosos.
Su esplendor está ligado al
surgimiento de la industria del espejo en Venecia, cuando a partir siglo XV los
vidrieros de murano los fabricaban con lujo y ostentación, tanto que se
convirtieron en fuente de riquezas y sustento económico, así como en objeto de
codicia para los franceses, razón por la que Jean Baptiste Colbert,
ministro del rey Luis XVI, realizó una campaña que buscaba quitar
del camino a los venecianos para hacerse con su monopolio.
Mientras tanto, en Venecia no se
escatimaron los esfuerzos para conservar el secreto de su producción y se
impuso un monopolio que prohibía a los obreros de las fábricas de cristales
salir de la ciudad bajo pena de traición y sus consecuencias eran la cárcel, la
expropiación de bienes y la muerte de familiares o amigos.
Prueba del esplendor de los
espejos como elementos de ornamento y decoración fue la construcción de la
Galería de los Espejos en el Palacio de Versalles por el arquitecto Jules
Hardouin Mansart (1678-1684), que con 357 espejos, fue el escenario de eventos relevantes durante el reinado de Luis XIV, como el matrimonio
de María Antonieta o posteriormente, la firma del Tratado de Versalles con el que se dio fin a
la Primera Guerra Mundial.
El espejo como lo conocemos
actualmente, debe sus orígenes al químico alemán Justus Von Liebig, a quien en 1835 se le ocurrió
ponerle una placa de plata a un vidrio y el resultado: una
superficie que refleja imágenes y formas que nos muestran cómo nos vemos,
quiénes somos y cómo queremos ser percibidos.
Popularizados a finales del siglo
XIX, se empezaron a ver de manera masiva, hasta el punto que, en Europa y Estados
Unidos, había al menos uno en cada hogar y también tuvieron un lugar especial en
las vitrinas de las tiendas de departamentos donde los maniquíes bajo grandes
reflectores exhibían regias indumentarias para el deseo y capricho de los transeúntes.
Pero su lugar preferido ha sido
las habitaciones de las mujeres como cómplices y compañeros de sus más íntimos
rituales de belleza pues era allí, frente a un tocador, donde se aplicaban las
cremas y carmines que daban vida al maquillaje con pestañas encrespadas y
labios rojos inspirados en las revistas femeninas y la ayuda de los productos
de belleza como los de Helena Rubestein o Elizabeth Arden y muchos otros con vigencia hoy en día. Para la muestra, el coro de esta canción
del grupo español Mecano que en los 80 describe así el proceso de maquillaje:
Sombra
aquí sombra allá, maquíllate, maquíllate
Un
espejo de cristal y mírate y mírate
Sombra
aquí sombra allá, maquíllate, maquíllate
Un
espejo de cristal y mírate y mírate...
Pero los hombres no han sido
esquivos a la fascinación de los espejos. Mientras las mujeres han tenido una
aproximación más reservada, ellos lo hacían a través de la visita al barbero
para afeitarse, lavar la cabeza, cortar el pelo, y dar forma al bigote, la
barba o las cejas y engominar el pelo, rutinas que con el paso del tiempo se hicieron más íntimas y personales con la llegada de las máquinas
de afeitar desechables.
La literatura también se ha dejado seducir por este artefacto: Narciso murió extasiado viendo su reflejo, mientras que Perseo
cortó la cabeza de Medusa gracias al espejo que le dio Atenea. Jorge Luis Borges
los menciona en su libro el Aleph, así como Bram Stocker cuando describe al
Conde Drácula: “No proyecta sombra, ni reflejo en los espejos”, y más
recientemente en la saga de Harry Potter el espejo doble de Oesed muestra “los
más profundos y desesperados deseos de nuestro corazón” y ni hablar de la malvada
madrastra de Blanca Nieves, que lo consultaba para asegurarse de ser siempre la
mujer más bella del reino.
Pero los espejos también tienen
su lado negativo, alrededor de su reflejo han surgido leyendas y mitos ligados
a la magia, la adivinación y lo oculto. En la edad antigua eran usados como medios
para predecir el futuro y son considerados portales de energía que
comunican con otros reinos espirituales y dimensionales a través de los cuales acceden
espíritus, como ocurre con la leyenda de Bloody Mery según la cual si se menciona este nombre 100 veces frente a un espejo iluminado con
una vela el reflejo de la misma Mery aparecerá para aterrorizar a quien la invoque.
No cabe duda que los espejos
hacen parte fundamental de nuestra rutina, son uno de esos objetos cotidianos que nos acompañan y prestan un servicio pero a los cuales nunca les damos la atención necesaria porque están allí para nuestra comodidad, pero a través de su utilidad tienen una historia que contarnos. Por eso la próxima vez que se ponga en frente a uno de ellos recuerdo que son más que un simple reflejo.
¡Está hermoso lo que escribiste!!!
ResponderEliminarGracias Ultravioleta (Angie). Me encanta que te guste.
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